Amalia Casado.- Si yo fuera periodista de Radio Televisión Española sentiría que algo se está muriendo dentro de mí. Fuera cual fuere mi responsabilidad en la cadena pública, algo estaría martilleando impenitentemente mi conciencia, quitándome el sueño, despedazando a mordiscos mi paz interior.
Estamos llamados a hacer de nuestras vidas algo extraordinario. Eso no quiere decir que debamos ser famosos ni ricos ni reconocidos socialmente: eso quiere decir que cada persona, desde la más humilde hasta la más generosamente dotada por el destino, está llamada a hacer algo grande con su vida que sólo ella puede hacer, aunque no pueda hacerlo sola. Hacer algo grande significa responder con honestidad a ciertas invitaciones que todos sentimos en nuestro interior: la llamada al compromiso con la verdad, con lo auténtico, con el amor verdadero, con los grandes valores. Es una llamada interior a vivir con autenticidad, por costoso que sea, en cada pequeña cosa de nuestra vida.
Si yo fuera periodista de Televisión Española, sentiría un insoportable peso en mi conciencia por seguir participando en esta manipulación dictatorial que acalla las voces de los que piensan diferente, de los que no están de acuerdo, de los que dicen algo distinto: eso es dictadura, eso es mentira y es también manipulación. Debe de ser terrible sobrellevar cada día esa presión sobre el ejercicio de la profesión.
Queridos periodistas: todos estamos llamados a hacer de nuestra vida algo extraordinario. La profesión periodística lo lleva en su código genético: las personas, también. A la mayoría de ustedes, como a casi la mayoría de los ciudadanos, les preocupará crecer y envejecer. Cuando cumplen los treinta no se lo creen. Cuando cumplen los cuarenta, no se lo creen; cuando cumplen los cincuenta, no se lo creen. Tampoco cuando cumplen los sesenta. Les diría lo siguiente: Cuando les aceche el fantasma del tiempo, cuando crean que lo peor son las arrugas, el cansancio del cuerpo, dejar de trabajar y de ser productivos; cuando piensen que lo peor es perder a los seres queridos o la propia vida, piensen sobre esto.
El miedo a envejecer es el miedo a defraudar a los que nos quieren, a sus expectativas sobre nosotros, a nuestras expectativas sobre nosotros mismos. El miedo a crecer es el miedo a que haya pasado el tiempo y nuestras vidas no hayan merecido la pena. El miedo a envejecer es mucho más que el miedo a morir o ver morir a nuestros seres queridos, por horrible que sea. Lo peor es haber renunciado a hacer de tu vida algo extraordinario, un compromiso con la verdad, con la búsqueda de ésta, con los altos y nobles ideales.
No se dejen manipular ustedes también: hagan de su vida algo extraordinario.
Rojo sobre gris a los profesionales de la comunicación que se rebelen contra la manipulación y presión a que se les somete.
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LaSemana.es