30 septiembre 2005

Admiración por las cosas

"Percibo el mundo en su nivel más elemental: veo, lo veo, miro cómo he llegado hasta aquí. No nos damos cuenta de que todo existe, porque la mayoría de las veces estamos haciendo algo, estamos siempre ocupados y no hacemos caso. Yo, sin embargo, miro: estoy en el tiempo impresionado, o más que impresionado, sorprendido.

Un hecho extraño, todo es extraño. Sobre mis rodillas están mis gafas. Un libro. Un hecho nuevo: mis gafas se caen, alguien las recoge. A mi derecha hay realmente una puerta, una puerta, una carpeta, una maleta.

No somos conscientes de lo que existe [...]

Sí, basta mirar para que algo suceda. Siento el ruido del camión de los bomberos. Y luego basta. ¡Qué extraño! Esta es la prueba de que algo sucede cuando tomamos la iniciativa de pararnos a mirar. Los seres, los objetos, cuentan una historia. Todo esto podría continuar hasta el infinito. Veo, ciertamente, veo. Lo acabo de decir: no hay que hacer otra cosa más que mirar.

Constatar la existencia de una cosa que me llenaba de alegría durante mi infancia. Pero ahora, este hábito trato de cancelarlo. En mi vida, en lugar de detenerme, he escrito muchos libros y muchas obras de teatro. Y sin embargo cuando nos detenemos un instante, nos daos cuenta de que las cosas se mueven por sí mismas". Ionesco.

Genial el texto de Ionesco. Muy útil para explicar esa necesidad de "admiración activa" por parte del auténtico espíritu libre. Muy interesante además para recordarnos que el misterio del ser late en todo lo existente. Finalmente, una posibilidad para preguntarnos por realidades mucho más misteriosas que los "objetos", como la libertad. Si a nosotros a veces una actualidad falseada nos impide disfrutar de la contemplación de los objetos, a veces a Ionesco, Umbral y cía. la maravilla de la materia les nubla la inteligencia para otra maravilla más sutil y poderosa: la del espíritu. Ya se lamentaba Heidegger: desvelar una parte de la realidad supone el riesgo de velar otra.

25 septiembre 2005

El filósofo y el poeta

“Yo no soy el filósofo.
El filósofo dice: Pienso… luego existo.
Yo digo: Lloro, grito, aúllo, blasfemo… luego existo.
Creo que la Filosofía arranca del primer juicio. La Poesía, del primer lamento. No sé cuál fue la palabra primera que dijo el primer filósofo del mundo. La que dijo el primer poeta fue: ¡Ay!”
León Felipe, Ganarás la luz, Cátedra, Madrid, 1999.

Así presenta León Felipe la insalvable diferencia entre el filósofo y el poeta. Pero León Felipe ignora que la filosofía del “cogito”, la filosofía del “pienso luego existo”, no es la filosofía primera, sino la moderna. Son Descartes y sus hijos intelectuales los que del siglo XVII al XIX reducen la filosofía al pensar.

La filosofía, en sus orígenes y hasta la cumbre de la Edad Media, era una filosofía impregnada de la maravilla, es decir, impregnada de la rica, ambigua, sugerente verdad. Ya Pitágoras se definía como amante de un saber superior, mágico, inalcanzable. Aristóteles sostenía que los filósofos y los poetas tienen en común el expresar lo misterioso. Tomás de Aquino recogió sus palabras y sostuvo que filósofos y poetas tenían en común que ambos han de habérselo con lo maravilloso (con lo real). Sólo la filosofía moderna olvidó aquello y redujo la filosofía de la sugerente ciencia de la realidad a la claustrofóbica ciencia de las ideas.

León Felipe, ¿no sabes cuál fue la palabra primera que dijo el primer filósofo? Pues si la primera palabra pronunciada por un poeta nació del dolor y fue “¡Ay!”, la primera exclamación del filósofo nació de la admiración ante la realidad y fue “¡Guau!”. Así imagino yo a Tales de Mileto, frente al hermoso Mediterráneo, admirado ante el misterio de un mundo en el que, al mismo tiempo, todo cambia y todo permanece. ¡Guau!