04 octubre 2005

Tiempos difíciles

CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

Tiempos difíciles

Álvaro Abellán.- Ava Gardner encarnó en Gran Hotel a la diva por excelencia: esa mujer hermosa y frágil, voluble y egocéntrica cuya mirada al mundo es un reflejo de su estado de ánimo. Quién soy yo, cronista del espacio interior, para juzgar ese surrealismo más real que literario que consiste en percibir el mundo envenenado o enriquecido por nuestros ángeles y demonios interiores. No obstante, no son uno -o dos, o tres-, sino millones los corazones del siglo XXI que ven el horizonte más gris marengo que verde cardinal.

Los Tiempos modernos fueron difíciles para el mudo obrero; los tiempos postmodernos lo son para el mundo entero, también para quien grita eternamente desde el óleo de Munch. Al despertar del sueño kantiano de la razón el hombre se encontró en el diván de Freud, pesadilla de la irracionalidad. Ahora, desorientados, vamos, venimos y cruzamos sin rumbo esa plaza pública donde exclamó Zaratustra que Dios ha muerto, que nosotros lo hemos matado.

Podríamos hacer un valiente discurso a contracorriente y decir que no todo es negro o gris. Que el siglo XX no fue sólo el siglo de la desolación, de la calle melancolía, de la sequía espiritual de los pueblos, del nuevo mandamiento “jodeos los unos a los otros” denunciado por Miguel D’Ors. Podríamos, no tan solos ante el peligro, recordar antorchas que mantienen viva la llama de Occidente: el nacimiento del Jazz, las transmisiones de radio de Marconi, el cine de los Lumiere, el primer vuelo pilotado y personalidades como Madre Teresa y Maximiliano Kolbe.

Podemos también, además de enumerar luces y sombras, aprovechar nuestro momento interior. Si nuestro corazón no descansa en paz y permanece inquieto en esta hora, acallemos los ruidos exteriores. Abandonemos los quehaceres mezquinos y miremos al mundo como algo extraño, como lo mira un niño. Acallemos los ruidos exteriores y escuchemos en silencio las preguntas. Por qué no encontramos nuestro sitio. Por qué, aún así, todavía confiamos en que en algún lugar nos espera nuestro destino. Por qué nos preguntamos quiénes somos. Amemos las preguntas y jurémosles la fidelidad de no abandonarlas jamás. Tal vez así, advierte Rilke, un día, vivamos entrando en la respuesta. Entonces descubriremos el sentido y la oportunidad de haber vivido -como todo auténtico hombre- en tiempos difíciles.

Publicado en LaSemana.es