El filósofo y el poeta
“Yo no soy el filósofo.
El filósofo dice: Pienso… luego existo.
Yo digo: Lloro, grito, aúllo, blasfemo… luego existo.
Creo que la Filosofía arranca del primer juicio. La Poesía, del primer lamento. No sé cuál fue la palabra primera que dijo el primer filósofo del mundo. La que dijo el primer poeta fue: ¡Ay!”
León Felipe, Ganarás la luz, Cátedra, Madrid, 1999.
Así presenta León Felipe la insalvable diferencia entre el filósofo y el poeta. Pero León Felipe ignora que la filosofía del “cogito”, la filosofía del “pienso luego existo”, no es la filosofía primera, sino la moderna. Son Descartes y sus hijos intelectuales los que del siglo XVII al XIX reducen la filosofía al pensar.
La filosofía, en sus orígenes y hasta la cumbre de la Edad Media, era una filosofía impregnada de la maravilla, es decir, impregnada de la rica, ambigua, sugerente verdad. Ya Pitágoras se definía como amante de un saber superior, mágico, inalcanzable. Aristóteles sostenía que los filósofos y los poetas tienen en común el expresar lo misterioso. Tomás de Aquino recogió sus palabras y sostuvo que filósofos y poetas tenían en común que ambos han de habérselo con lo maravilloso (con lo real). Sólo la filosofía moderna olvidó aquello y redujo la filosofía de la sugerente ciencia de la realidad a la claustrofóbica ciencia de las ideas.
León Felipe, ¿no sabes cuál fue la palabra primera que dijo el primer filósofo? Pues si la primera palabra pronunciada por un poeta nació del dolor y fue “¡Ay!”, la primera exclamación del filósofo nació de la admiración ante la realidad y fue “¡Guau!”. Así imagino yo a Tales de Mileto, frente al hermoso Mediterráneo, admirado ante el misterio de un mundo en el que, al mismo tiempo, todo cambia y todo permanece. ¡Guau!
El filósofo dice: Pienso… luego existo.
Yo digo: Lloro, grito, aúllo, blasfemo… luego existo.
Creo que la Filosofía arranca del primer juicio. La Poesía, del primer lamento. No sé cuál fue la palabra primera que dijo el primer filósofo del mundo. La que dijo el primer poeta fue: ¡Ay!”
León Felipe, Ganarás la luz, Cátedra, Madrid, 1999.
Así presenta León Felipe la insalvable diferencia entre el filósofo y el poeta. Pero León Felipe ignora que la filosofía del “cogito”, la filosofía del “pienso luego existo”, no es la filosofía primera, sino la moderna. Son Descartes y sus hijos intelectuales los que del siglo XVII al XIX reducen la filosofía al pensar.
La filosofía, en sus orígenes y hasta la cumbre de la Edad Media, era una filosofía impregnada de la maravilla, es decir, impregnada de la rica, ambigua, sugerente verdad. Ya Pitágoras se definía como amante de un saber superior, mágico, inalcanzable. Aristóteles sostenía que los filósofos y los poetas tienen en común el expresar lo misterioso. Tomás de Aquino recogió sus palabras y sostuvo que filósofos y poetas tenían en común que ambos han de habérselo con lo maravilloso (con lo real). Sólo la filosofía moderna olvidó aquello y redujo la filosofía de la sugerente ciencia de la realidad a la claustrofóbica ciencia de las ideas.
León Felipe, ¿no sabes cuál fue la palabra primera que dijo el primer filósofo? Pues si la primera palabra pronunciada por un poeta nació del dolor y fue “¡Ay!”, la primera exclamación del filósofo nació de la admiración ante la realidad y fue “¡Guau!”. Así imagino yo a Tales de Mileto, frente al hermoso Mediterráneo, admirado ante el misterio de un mundo en el que, al mismo tiempo, todo cambia y todo permanece. ¡Guau!
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