Ciudadanos del mundo
Leo en una obra clásica sobre pensamiento político que “la muerte de Pericles y la guerra del Peloponeso marcan el momento en que los hombres de pensamiento y los de acción emprenden diferentes senderos, destinados a divergir cada vez más hasta que el sabio estoico dejó de ser ciudadano de su propio país y se convirtió en ciudadano del universo”.
Después de mucho estudiar la actitud estoica, y de vivirla durante parte de mi vida (¿quién, de manera consciente o inconsciente, no ha sido estoico alguna vez?), siempre he pensado que es propia de cobardes. Un estoico no es sino quien huye del mundo para huir de sus emociones y guardar, de este modo, tranquilidad interior. Un estoico es alguien sólo comprometido con su propia paz interior.
Desde este punto de vista, se entiende muy bien que en los momentos críticos de la historia del pueblo griego, cuando la razón y la experiencia hacían crisis, los estoicos dijeran: “Yo me borro”. Parece lo lógico. Pero la conclusión que se sigue de esto es algo que jamás había pensado antes: muchos de los que hoy en día aseguran estar muy comprometido con la vida y la paz en el mundo dicen ser “ciudadanos del mundo”. ¿Son ellos, entonces, unos cobardes? Supongo que depende.
Si ser “ciudadano del mundo” significa renunciar a todas las banderas, entendidas éstas como causas que ponen nuestra vida en juego, entonces ser ciudadano del mundo es ser un cobarde. Es criticar desde la barrera, hablar sin bajar al ruedo y decir palabras bonitas que hacen llorar a quienes permanecen, espectadores del mundo, sentados en sus localidades. Desgraciadamente, hay mucho “ciudadano del mundo” en este sentido, cuya neutralidad ideológica no es sino cobardía moral e incapacidad para el compromiso.
Si ser “ciudadano del mundo” significa portar en el campo de batalla la bandera de cada oprimido y tratar a cualquier persona con el respeto y la dignidad con que trataríamos a un hermano, sin duda hablamos de un valiente. Es esa precisamente la propuesta cristiana que ejemplificó -por introducir un ejemplo conocido y cercano- Madre Teresa de Calcuta. Por ver a “un hermano en Cristo” en cada leproso que encontraba, trató a cada apestado como si fuera de la familia -ya quisieran ese amor dentro de muchas familias-. Desgraciadamente, no se habla casi nunca de “ciudadanos del mundo” en este sentido. Sólo, quizá, de “locos” cristianos.
“Ciudadano del mundo”, otra expresión ganada por la causa de la neutralidad, de los tibios de espíritu, de los sensibles corazones sin coraje, de los que no están dispuestos a tener más patria que ellos mismos, no sea que les toque morir por ella.
Después de mucho estudiar la actitud estoica, y de vivirla durante parte de mi vida (¿quién, de manera consciente o inconsciente, no ha sido estoico alguna vez?), siempre he pensado que es propia de cobardes. Un estoico no es sino quien huye del mundo para huir de sus emociones y guardar, de este modo, tranquilidad interior. Un estoico es alguien sólo comprometido con su propia paz interior.
Desde este punto de vista, se entiende muy bien que en los momentos críticos de la historia del pueblo griego, cuando la razón y la experiencia hacían crisis, los estoicos dijeran: “Yo me borro”. Parece lo lógico. Pero la conclusión que se sigue de esto es algo que jamás había pensado antes: muchos de los que hoy en día aseguran estar muy comprometido con la vida y la paz en el mundo dicen ser “ciudadanos del mundo”. ¿Son ellos, entonces, unos cobardes? Supongo que depende.
Si ser “ciudadano del mundo” significa renunciar a todas las banderas, entendidas éstas como causas que ponen nuestra vida en juego, entonces ser ciudadano del mundo es ser un cobarde. Es criticar desde la barrera, hablar sin bajar al ruedo y decir palabras bonitas que hacen llorar a quienes permanecen, espectadores del mundo, sentados en sus localidades. Desgraciadamente, hay mucho “ciudadano del mundo” en este sentido, cuya neutralidad ideológica no es sino cobardía moral e incapacidad para el compromiso.
Si ser “ciudadano del mundo” significa portar en el campo de batalla la bandera de cada oprimido y tratar a cualquier persona con el respeto y la dignidad con que trataríamos a un hermano, sin duda hablamos de un valiente. Es esa precisamente la propuesta cristiana que ejemplificó -por introducir un ejemplo conocido y cercano- Madre Teresa de Calcuta. Por ver a “un hermano en Cristo” en cada leproso que encontraba, trató a cada apestado como si fuera de la familia -ya quisieran ese amor dentro de muchas familias-. Desgraciadamente, no se habla casi nunca de “ciudadanos del mundo” en este sentido. Sólo, quizá, de “locos” cristianos.
“Ciudadano del mundo”, otra expresión ganada por la causa de la neutralidad, de los tibios de espíritu, de los sensibles corazones sin coraje, de los que no están dispuestos a tener más patria que ellos mismos, no sea que les toque morir por ella.
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