17 septiembre 2005

Verdades de esperanza

ROJO SOBRE GRIS
Verdades de esperanza

Amalia Casado.- No elegimos nacer. Una noche de esta semana sentí que yo estoy aquí, en el mundo, porque Dios me ha sacado así, de la nada, y me ha dado la vida a través de mis padres. Le daba vueltas una y otra vez a esa idea: de la nada. Eso es lo que significa crear: que donde había nada, ahora hay algo. Yo no era, y ahora soy.

Me sentía afortunada. Me sentía querida: a mí también Dios me ha elegido para ser. Me sentía amada porque intentaba imaginarme el amor hacia sus criaturas de un Dios que crea de la nada. Si unos padres aman a sus hijos, si un artista ama su obra de arte ¿cómo amará Dios a las criaturas a las que da la vida? He sido elegida por Dios y Él me ha hecho así, diferente a cualquier otra persona, como cada una de las personas son diferentes a mí y a todos los demás. Así me quedé dormida, arrullada por una emoción cálida, ahuyentando la pesadilla de que esa vida un día acabará.

En misa, al hombre que lee cada domingo las lecturas, le ha dado un infarto. Se ha caído del banco y ha sonado un tremendo estruendo. El sacerdote que oficia, que es tartamudo, se ha quedado sin habla. Nos hemos ido acercando, no de golpe, para ofrecernos en lo que se necesitara. Quien llevaba la batuta era una mujer, latinoamericana, joven, dulce, con una cola de caballo, que estaba acompañada de su madre y de sus tres hijos: tres bebés, iguales, trillizos; cada uno en su cochecito y todos enganchados como un tren de juguete. Ahí estaba: la vida recién creada de unos bebés a quienes todos deseaban tocar; y a menos de un metro, la enfermedad furibunda que azotaba al anciano. Despertaba a la vez una compasión profunda y una especie de terror. Porque un buen día morimos, y muchas veces no queremos verlo. Lo desconocido da miedo.

Gracias a Dios, hay verdades que nos confortan. Verdades de esperanza. Verdades que sería bueno conocer, que sería bueno asimilar para que fructificaran en las vidas de nuestras sociedades, en nuestras conversaciones, en nuestros escritos. “Tener un alma espiritual significa ser querido, conocido y amado especialmente por Dios. La persona permanece, y la inmortalidad que hemos llamado resurrección pertenece al hombre en cuanto hombre. A todo hombre”. Lo escribió Ratzinger cuando aún no era Papa. Y a mí ya no me da miedo morir.

Para las verdades de esperanza, rojo sobre gris.