Dia-logo
Diálogo (dia-logos) es una palabra griega que designa el modo en que los filósofos clásicos conocían el Logos, es decir, la estructura racional de la realidad. Los griegos creían poder conocer la realidad gracias al lenguaje, a las palabras, el logos en minúscula, algo así como el conjunto y el orden de conocimientos que tenían sobre el mundo. Para poder dialogar, por lo tanto, son necesarias dos cosas.
Primero, apostar por la inteligencia: creer que las palabras y conceptos designan realidades y que esas realidades pueden ser conocidas y compartidas por los que dialogan. Cuando Zapatero dice no creer en “nominalismos”, por ejemplo, para devaluar el sentido de la palabra "nación", lo que quiere decir es que, para él, las palabras son flatus vocis, voces vacías, con lo que anula el significado de las palabras y hace imposible el diálogo.
Segundo, ejercer nuestra voluntad: escuchar al que nos habla, especialmente cuando discrepa de nosotros. Cuando De la Vega dice que escuchará a las familias, pero que no cambiará una coma del proyecto de matrimonios gays, o no sabe lo que es escuchar, o miente. Porque escuchar implica ponerse en el lugar del otro, tratar de comprenderle, ver sus razones. Sólo así se hace posible un verdadero diálogo que culmine en un hermoso encuentro de corazones, aún en la discrepancia.
Por esto, responder a personas que no escuchan ni quieren escuchar, que dicen responder a un colectivo cuando muestran no hacerlo comprendido -responder sólo responde quien comprende; lo otro es emitir reflejos condicionados, como el perro de Paulov-, es una pérdida de tiempo. Al menos, como diálogo. Sirve como deporte, como desahogo, como ejercicio dialéctico... pero no como diálogo, no como lucha amorosa de inteligencias en busca de la verdad. De ahí que, quien no escucha, ni apuesta por ser fiel a las palabras, que no me busque, porque no me va a encontrar.
Primero, apostar por la inteligencia: creer que las palabras y conceptos designan realidades y que esas realidades pueden ser conocidas y compartidas por los que dialogan. Cuando Zapatero dice no creer en “nominalismos”, por ejemplo, para devaluar el sentido de la palabra "nación", lo que quiere decir es que, para él, las palabras son flatus vocis, voces vacías, con lo que anula el significado de las palabras y hace imposible el diálogo.
Segundo, ejercer nuestra voluntad: escuchar al que nos habla, especialmente cuando discrepa de nosotros. Cuando De la Vega dice que escuchará a las familias, pero que no cambiará una coma del proyecto de matrimonios gays, o no sabe lo que es escuchar, o miente. Porque escuchar implica ponerse en el lugar del otro, tratar de comprenderle, ver sus razones. Sólo así se hace posible un verdadero diálogo que culmine en un hermoso encuentro de corazones, aún en la discrepancia.
Por esto, responder a personas que no escuchan ni quieren escuchar, que dicen responder a un colectivo cuando muestran no hacerlo comprendido -responder sólo responde quien comprende; lo otro es emitir reflejos condicionados, como el perro de Paulov-, es una pérdida de tiempo. Al menos, como diálogo. Sirve como deporte, como desahogo, como ejercicio dialéctico... pero no como diálogo, no como lucha amorosa de inteligencias en busca de la verdad. De ahí que, quien no escucha, ni apuesta por ser fiel a las palabras, que no me busque, porque no me va a encontrar.
1 Comentarios:
Gracias por tus palabras en tu blog, Socrates.
Un saludo
Publicar un comentario
<< Home